Todo el mundo habla de 6G estos días. De Huawei a Samsung, los gigantes tecnológicos ya se están lanzando de cabeza a lo que promete ser la próxima ola de innovación inalámbrica. Los rumores de la industria y las predicciones audaces sitúan el despliegue comercial en algún momento de la década de 2030, pero en Europa, la línea de salida podría retrasarse.
A principios de este año, una coalición de grandes operadores de telefonía móvil -Orange, Vodafone, Telefónica, BT Group y otros bajo el paraguas de la GSMA- envió una dura carta a la Comisión Europea. En ella advertían de que si los reguladores no liberaban porciones clave de la banda de 6 GHz, Europa podría quedarse rezagada en la carrera mundial de la 6G.
La banda de 6 GHz: el campo de batalla definitivo
Actualmente, las frecuencias de 6 GHz se reparten entre las redes Wi-Fi 6E y Wi-Fi 7 de Europa, Estados Unidos, Corea del Sur y Arabia Saudí. Pero ha habido un fuerte tira y afloja por esas ondas. Como señaló el año pasado el organismo francés de vigilancia del espectro, ANFR, las comunidades de telefonía móvil y Wi-Fi llevan cuatro años enzarzadas en una "batalla" por el control de este preciado espacio.
Las telecos sostienen que necesitan la franja superior, de 6 425 a 7 125 MHz, para construir una red 6G robusta. Ese rango de banda media es un punto dulce: consigue un buen equilibrio entre altas velocidades de datos y cobertura de área amplia. En cuanto a Wi-Fi, los fabricantes de equipos y los usuarios empresariales quieren conservar la mitad inferior, de 5 925 a 6 425 MHz, para potenciar Wi-Fi 6E y los equipos emergentes Wi-Fi 7.
El mes pasado, el Grupo de Política del Espectro Radioeléctrico (RSPG) publicó un informe preliminar. Básicamente, decía que Europa podría conseguir algo de espectro 6G en el segmento de 7 125-7 250 MHz, pero que el bloque superior de 6 GHz aún necesita una decisión. Los operadores de telefonía móvil están hartos y consideran que, en el mejor de los casos, se trata de una medida a medias. Al fin y al cabo, una parte gana y la otra se retrasa, lo que podría obstaculizar las ambiciones digitales de Europa.
Un enfrentamiento geopolítico y de soberanía digital
6G no es solo velocidad de vértigo. Es una puerta de acceso a aplicaciones de última generación: desde despliegues masivos de la Internet de las Cosas y gemelos digitales hasta conferencias holográficas y cirugía remota de misión crítica. Europa ya ha invertido en proyectos como 6G-MIRAI y HARMONY, asociándose con Japón para hacer frente al dominio de Estados Unidos y China en la innovación de las telecomunicaciones.
Pero, como explica la carta de la GSMA, se trata también de una cuestión de músculo geopolítico y soberanía digital. Si Europa se retrasa en la asignación de la banda superior de 6 GHz a los operadores nacionales, los estadounidenses podrían hacerse primero con esas frecuencias. Esto pondría a los operadores europeos -y a las empresas que dependen de ellos- en desventaja, podría frenar el crecimiento económico y socavar la influencia de Europa sobre su propio destino digital.
Y no olvidemos el aspecto de la seguridad. Quedarse atrás en el espectro podría hacer que las redes europeas dependieran de equipos extranjeros -pensemos en antenas Huawei introduciéndose de nuevo en la infraestructura- justo cuando las tensiones geopolíticas se están recrudeciendo. Nadie quiere repetir el drama del 5G, en el que las preocupaciones estratégicas y de seguridad se convirtieron en titulares diarios.
Mirando al futuro: El camino hacia la 6G en Europa
El tiempo corre. Bruselas y los reguladores nacionales tendrán que decidir pronto si comparten la banda superior de 6 GHz entre Wi-Fi y telefonía móvil, si reservan una porción exclusiva para 6G o si aplican sistemas dinámicos de uso compartido. Existen soluciones técnicas -como la coordinación automatizada de frecuencias y límites de potencia estrictos- que podrían permitir la coexistencia de ambos bandos. Pero la política, los grupos de presión del sector y la competencia internacional influirán mucho en la configuración final.
Sea cual sea el resultado, la decisión europea conmocionará al ecosistema mundial de las telecomunicaciones. Si los reguladores actúan con rapidez y llegan a un acuerdo equilibrado, los operadores europeos podrán seguir el ritmo de Asia y Norteamérica. Pero el tiempo apremia. Cada mes de retraso significa ceder más terreno a los rivales extranjeros.